Las verdades incómodas que se esconden por temor, además de ser una prisión, pueden llegar a ser malinterpretadas y, es que no hay verdad que no merezca ser revelada. Comunicarla, es cederle el derecho al otro para interpretarla, sentirla y, en algún momento, llegar a contemplarla. Soltar una verdad, además de brindar libertad, es una invitación que se le hace al interlocutor para entender, es enfrentarlo con la disyuntiva de reaccionar cómo lo haría nuestra amada sociedad (Enojo, ira, frustración), o volver la mirada hacia el interior y elegir comprender qué hay detrás de la incomodidad, es una invitación a sustituir el juicio por curiosidad. Vale la pena darle al otro esa oportunidad.
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